Opinión
Qué
lo parió! . . . Sobre que no somos pocos
volvió “El Mingo”. . .
el
que, el poco bien que hizo lo hizo muy mal, y el mucho mal que hizo, lo hizo
muy bien.
Según
dicen sus exegetas, cuando el “Mingo”, que es Cavallo, presentó su tesis para
graduarse de Dr. en Economía en la Universidad de Córdoba, no pudieron
calificarla porque su nivel escapaba a la capacidad de la Mesa examinadora.
Enterada que fue la Universidad de Harvard de USA, se lo llevó, y allá fue “El
Mingo”. Los yanquis ni lerdos ni perezosos, como siempre, vieron el filón, lo
cooptaron y lo ideologizaron como corresponde, para, una vez devuelto, pusiera
en práctica aquí, las políticas monetaristas del gurú neoliberal Milton
Friedman, cuyas consecuencias, dolorosísimas, aún hoy, ponen los pelos de
punta.
Y
aunque parezca increíble, después de larga ausencia, sin que se lo añorara, ha
vuelto “igual que la calandria que azota el vendaval”. . . porque como reza el
refrán, el que se va sin que lo echen, vuelve sin que lo llamen. Y todo, porque
no se le aplicó la “Ley de residencia”.
No es de extrañar entonces que los medios televisivos hegemónicos que están al salto por un bizcocho, lo tuvieran como invitado estrella. Así nos enteramos que el ex ministro de triste fama, no conforme con no estar preso, despliega sesudos consejos sobre el manejo de la economía. Y no sólo eso: nos amenaza con volver a la política argentina porque recuerda “todo lo bueno que le dio al país”, que ahora lo necesita y él está dispuesto a poner en práctica, lo mucho que aún tiene para aportar. Una manera mentirosa de decir la verdad, o de poner la verdad al servicio de la mentira.
Más le valdría acordarse
que como consecuencia de su tristemente célebre “aporte” con su cadena de
recortes ajustes y restricciones, más el Corralito, se ganó la repulsa general
a la que se hizo acreedor. Y lo comprobó en el casamiento de su hija donde fue
abucheado por un público con intenciones non sanctas y tuvo que huir con la
novia por entre las tumbas de un cementerio, y ni hablar de aquel atronador “Cavallo, compadre . . .”
Pero
Cavallo, lejos de llamarse a un recatado silencio después del desastre que dejó
en nuestro país, augura. “Los
próximos tres años van a ser interesantes para conformar una alternativa a los
Kirchner y por eso me gustaría estar ayudando en eso”, ¿Ayudar a quién? No a los ciudadanos precisamente, sino a los grupos económicos que sacan
su enorme tajada toda vez que hay una crisis.
Su
hipocresía corre parejo con su ruindad. El país entero no sólo no lo necesita,
sino que no lo puede ni ver, porque nunca se olvidará que fueron sus brillantes
ideas las que lo llevaron al peor derrumbe económico, social y político que ha
tenido en toda su historia. Y sería bueno que los que lo entrevistan y le
gastan melosas obsecuencias, lo recuerden también. Que hoy le den pantalla
televisiva, lo paseen por todos los canales de la corporación y lo muestren
como el retorno de un economista de consulta, es un exceso de cinismo por parte de los periodistas del
establishment que explotan su exitoso
fracaso para fogonear al
modelo actual. Pero la figura de Cavallo es un símbolo que lo
excede como persona. Presentado con profusión de adjetivos
y escasez de sustantivos, lo contrató la dictadura en 1982, después en
los ’90, por último en el 2001 y gracias a él, todos, allá en el horno nos
fuimos a encontrar.
No obstante, no se le puede negar que con “su convertibilidad”, -del ilusorio
uno a uno- frenó la hiperinflación que nos devoraba, pero resultó ser mucho
peor el remedio que la enfermedad.
Sin
embargo, algunos economistas operadores de “Consultoras & Co” de la City al servicio del capital
foráneo, que comulgan con la misma hostia que el “El Mingo”, recitan su falaz teoría del “derrame” como una letanía aséptica y
racional cuando en realidad hacen una defensa a ultranza de todo lo contrario a
los intereses del país. Son siempre las mismas caras, pulcros expertos en economía, algunos, de fluido inglés yanquizado, otros,
de un elaborado castellano de fonética neutra, postgraduados en reputadísimas
universidades de la Babilonia del Norte, -de quien fueron y son sumisos
mandaderos- tributarios del sentido más abyecto de la política económica que,
sermoneando desde su estrado profesoral, aplicaron sus desmesurados ajustes uno
tras otro, con una regularidad casi respiratoria, siendo muy eficaces y
drásticos en la misión de desguazar el país por medio de las perversas
privatizaciones y de crear cada vez más pobres en medio de una lujosa miseria.
La monotonía de su retórica monetarista desnudó su
mediocridad cientificista y expuso sin atenuantes a la luz de los resultados,
el aparatoso descalabro -para nosotros, no para sus mandantes- de un
neoliberalismo para unos pocos, que genera una minoría notablemente
desarrollada en lo material, pero irreverentemente atrasada en lo espiritual,
que ostenta una cultura groseramente divorciada de lo humano.
Utilizando lo absurdo y lo inverosímil como receta
inapelable, bien sazonada con abundante hipocresía y cinismo en una mezcla de
hábiles proporciones, devinieron, -soberbia mediante- en una especie de
modernos superballeneros de las finanzas, capaces de convertir en aceite al mismísimo
Neptuno si se les ponía a tiro de arpón.
Domingo Cavallo, aunque se lo presente como un experto, como un iluminado portador de la verdad
revelada, es un defensor de la absoluta libertad de mercado, en su faceta
más salvaje y en su peor concepción. Aunque
suene muy linda, la palabra “libertad” asociada a la voracidad del Terrorismo
financiero, termina teniendo una connotación siniestra.
Como mandan sus catecismos ecuménicos, la libertad de mercado es la ley de la selva, donde
el grande se come al chico, es la opresión de los pueblos, la negación de toda
dignidad, la supremacía de los poderosos, la ausencia de la política y de la
solidaridad con los que menos tienen, es la exaltación del individualismo más
atrabiliario. La libertad de mercado se gestó con la dictadura y parió la
segunda década infame de los ’90 y diciembre de 2001 cuando, con la complicidad
de un gobierno corrupto hasta la médula y otro inepto hasta los huesos,
sucesivamente llevaron la Argentina casi a su disolución.
La
grosera apertura al comercio exterior, propició la invasión desmesurada de
productos extranjeros -recuerdo haber comprado en Córdoba ¡naranjas de Israel!
mientras en E. Ríos se pudrían todos los cítricos- que hicieron desaparecer las
industrias y la producción locales, llevando la desocupación al 26%, la pobreza
al 63% y una catástrofe social que no tuvo dimensión ni cuantía.
Para quienes seguimos los avatares de la política
desde siempre, el previsible desenlace con la hecatombe del 2001 no nos
sorprendió en absoluto, aunque nos apabulló. Y una aproximación a una mediana
comprensión nos lleva irremediablemente a tomar como punto de partida de esta
verdadera “larga marcha” hacia esa vergonzosa postración, el 2 de Abril de
1976. Allí se produce el alumbramiento de las sombras que poco a poco, a través
de esos años, se convirtieron en la tenebrosa
oscuridad que supimos soportar, y que le ennegrecieron la vida a los
argentinos.
Sus nefastas medidas provocaron un “sálvese quien pueda” entre
miles de argentinos que migraron hacia nuevos rumbos escapándole al infierno. Ahora quieren regresar porque los expulsan
los socios europeos de Cavallo que están incendiando el viejo continente.
Como
presidente del Banco Central durante la Dictadura, estatizó la deuda privada de
sus socios empresarios y la tuvimos que pagar todos nosotros. Gracias a ese
procedimiento se beneficiaron más de 70 empresas y se duplicó la deuda de los
argentinos. Fortabat, Macri, Martínez de Hoz, Noble, Pérez Companc se
enriquecieron hasta el hartazgo con la “generosidad” del pueblo. También firmas
extranjeras como Techint, IBM, Ford, Fiat,Banco Río, Francés, Citybank y
Superville. Como ministro de Menem privatizó los fondos de la ANSES, creó la estafa de las
AFJP y regaló al capital trasnacional todas las empresas del país. En su
regreso al ministerio con De la Rúa, por medio de su política monetarista de
ajustes salvajes y su “canasta de monedas”, recortó las jubilaciones y los
sueldos estatales -congelados durante once años-, subió los impuestos, bajó las
prestaciones y le puso la cocarda con el pérfido “Corralito”, -18 mil millones
de dólares- que el actual gobierno sin comerla ni beberla acaba de cancelar. Con esto todo está dicho, y lo
contrario, también . . .
El
neoliberalismo con su ilimitado poder económico incontrolable, tiene efectos
devastadores sobre la economía productiva y la creación de riqueza por la rapacidad de su angurria especulativa y su obsesión por el dinero como
multiplicador de más dinero por sí mismo
Preventivamente, es menester no perder de vista el paisaje que nos
circunda. Uno ya tiene bastante experiencia en esto, ha hecho su tesis sobre
estas cuestiones, y guarda en su memoria más de una dolorosa consecuencia de
sueño interruptus.
Por lo pronto,
el billete de cien pesos que es la máxima nominación que dio a luz el modelo de
los ‘90 y que ostenta la cara
del genocida Roca con todo lo que eso significa, en poco tiempo tendrá a Evita
en una de sus caras. Todo un símbolo de los nuevos tiempos que corren, Capitalismo
financiero versus Capitalismo productivo. Un Estado conservador y clasista vs un Estado inclusivo y solidario. Dos
modelos que se enfrentan en un solo billete. Es un mensaje de fuerte
contenido ideológico. Evita simboliza el ascenso social, no sólo individual,
sino colectivo. Cavallo es el mascarón
de proa de esos intereses a los que hay que enfrentar, de esos que provocan
pobreza, angustia, exclusión en beneficio de unos pocos insaciables. Los que
siempre acaparan dólares, ahora tendrán que juntar Evitas.
Si alguien piensa que en
estas manifestaciones y las que emito con frecuencia sobre estos temas me estoy
repitiendo, está en todo su derecho. Sin embargo agradecería, -en defensa
propia- que se sirva distinguir que lo distinto entre ellas, radica
precisamente en que son casi iguales. Porque al fin y al cabo, lo único que me
faltaría a esta altura, es no tener el derecho de plagiarme a mi mismo . . .
Laborde.
Cba. Arg.
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