Una dualidad sugestiva, antigua, recurrente. Interesa a muchas
personas, a muchos grupos de personas, pero sólo a personas; llama la
atención cómo quedan afuera de esa inquietud todo el Reino Mineral, todo
el Reino Vegetal y los animales que no son personas.
Así que focalicemos la investigación: para nosotros, los seres humanos, ¿qué es la Izquierda?, y ¿qué es la Derecha?
Si
arrancamos desde nuestro cuerpo, es fácil, una es todo lo que está a un
lado del eje vertical central, y la otra es el resto. Cualquiera que
use mejor lo que está a la derecha, es llamado Diestro. El que se
desempeñe mejor con la izquierda, Zurdo. En este punto entramos en un
terreno más ambiguo, diría más sugestivo: aparecen los “de la derecha”
como diestros, que también se aplica a quien posee y utiliza mejores
destrezas, con un signo “positivo”. Por su parte los “de la izquierda”,
los zurdos, son vistos como “negativos”, raros y transgresores. Sabemos
que estos razonamientos no pueden tomarse en forma absoluta, ya que hay
muchas personas muy diversas en los dos “grupos”, y no podemos
generalizar tanto; es más, encontramos que a muchas, muchísimas
personas, no les agrada caracterizarse como “de derecha”, como tampoco
“de izquierda”, prefieren ser “de centro”.
Entonces, ubiquémonos,
ya que hablamos de personas, en las facetas social, económica y
política; veamos lo que dicen las enciclopedias:
Se conoce como derecha
al segmento del espectro político asociado a posiciones conservadoras,
capitalistas, religiosas, liberales o bien simplemente opuestas a la
izquierda política. Engloba por tanto a corrientes ideológicas muy
diversas cuya separación puede ser tajante, dependiendo de que
consideren prioritaria la defensa de la patria (nacionalismo,
patriotismo) o de que ante todo busquen el mantenimiento del orden
social establecido (tradicionalismo, conservadurismo). En oposición a la
izquierda política, el sector más liberal enfatiza el libre mercado por
encima del intervencionismo de las administraciones públicas y busca
potenciar valores y derechos individuales, frente a posiciones
colectivistas o estatistas, mientras que el sector más conservador es
partidario del encuadramiento colectivo en estructuras rígidamente
jerarquizadas y disciplinadas.
La derecha más moderada se suele calificar como centro-derecha, mientras que la más extrema se califica como derecha radical, extrema derecha o ultraderecha, términos de connotación peyorativa.
Por su parte, veamos “el otro lado”:
El concepto de izquierda política se refiere a un segmento del espectro político que considera prioritario el progresismo y la consecución de la igualdad social
por medio de los derechos colectivos (sociales) circunstancialmente
denominados derechos civiles, frente a intereses netamente individuales
(privados) y a una visión tradicional de la sociedad, representados por
la derecha política. En general, tiende a defender una sociedad aconfesional o laica, progresista, igualitaria e intercultural. En función del equilibrio entre todos estos factores, la izquierda política se divide en multitud de ramas ideológicas.
Queda
todo bastante claro, verdad? El problema está en que si uno lee o trata
todo esto en un grupo de más de dos personas, va a conseguir más de dos
interpretaciones diversas, y hasta contradictorias. ¿Porqué? Se me
ocurre que la causa de estas divergencias está en la característica
“sugestiva” que mencionábamos antes.
Si el lector disparador se
ubica a la izquierda, los que son tildados de derechas, se molestan
recibiendo todas sus características (que podrían ser reales) como
críticas a su forma de ser, forma de vida, o ideología, que no desean
cambiar, pues las consideran estables, inmutables: lo que está bien,
está bien; lo que está mal, está mal (ver Il Gatopardo, de Luchino Visconti).
En
cambio, si el disparador se ubica a la derecha, los que son tildados de
izquierda, también se molestan, esta vez por recibir mayoritariamente
críticas por propugnar cambios transgresores, subversivos del orden
establecido, “esto no se puede hacer”, “esto no lo vamos a lograr”.
Pero,
invariablemente, una mayoría de los participantes en estos encuentros
(o desencuentros), no se molestan, se ubican (por sí mismos), en el centro.
Adhieren a las cosas que están bien, pero quieren cambiar las que están
mal, por ello no se consideran de derechas. Quieren cambiar lo que está
mal, pero no desean hacerlo en forma violentamente trasgresora o
subversiva. O sea que este gran número de actores políticos, tienen
mucho que opinar, que criticar, que desear cambiar, ocupando muchísimo
lugar en los debates, charlas, clases, encuentros (meetings, – se
pronuncia mítin), no dejando tiempo para tratar las propuestas de
cambio, modalidades, acuerdos imprescindibles para lograr avanzar hacia
un estadio político superior. A muchos les gusta esta posición de centro,
que tiene características de neutralidad. Sería buena la neutralidad,
como para bajar el nivel de disputa, favoreciendo los consensos, pero no
es tan buena si se la usa como posición cómoda, evitando los
compromisos con los cambios “difíciles” para cada uno.
Evidentemente, todas las posiciones llevan a constituir modelos políticos que servirían para la evolución social de la comunidad. Y para aplicar estos modelos políticos se necesita poder.
Y aquí sí que nos metemos en un terreno amplio, interesante, y bastante complicado. Son muchas las formas de poder, según la modalidad de ejercerlo: poder político, basado en los fundamentos de manejo de la polis; poder económico, basado en los fundamentos del mercado; poder social, basado en la equidad; poder religioso, basado en la fe confesional. Por supuesto, esta lista no es taxativa ni precisa.
Y
cómo llegan las opiniones de todos a todos? Ah! Eso depende de cuál es
el poder dominante en cada lugar y en cada momento. Y ante tal
diversidad de orígenes e interesados en ejercer el poder, se entiende
que nuestra sociedad se vea cercada tan seguido de “estado de crisis”.
Son buenas o malas las crisis? Creo que son muy buenas, pues denotan la
necesidad de cambios. Y ahora sí que estamos todos de acuerdo: hay
muchas cosas para cambiar, pero, por dónde empezamos?
Me gustaría empezar por ejercer el poder cultural, categoría que no estaba en la lista anterior, pues la considero más abarcativa.
En esa dirección, dejaría los fundamentos de manejo de la polis,
en manos de personas científica y profesionalmente preparadas para cada
actividad. O sea que los ministros del Poder Ejecutivo y funcionarios
del Estado, deberían entrar en funciones por concurso de antecedentes y
oposición. Así evitaríamos el gabinete genialmente parodiado por Les
Luthiers. En esos concursos de libre acceso, no deberían existir ni las
listas de orden de mérito partidarias ni las sectoriales. Me gustaría
que accedan más doctores de las más diversas y necesarias disciplinas, y
no tantos abogados o militares (ya tienen sus lugares que ocupar).
El manejo del mercado,
debería estar en manos de los especialistas en eficiencia y
productividad, sin invadir, con su poder económico-financiero, en el
manejo de la polis. O sea, para ser más claro, que el mercado controle a
los productos, no a la gente.
El poder social, lógicamente,
quedará en manos de las organizaciones sociales, todas, en forma
inclusiva y no exclusiva, atendiendo las necesidades de todos los
sectores, ya sean habitantes originarios, inmigrantes, criollos,
inmigrantes forzados (antes como esclavos, ahora como indocumentados).
En este sentido rescato la Doctrina Sáenz Peña, América para todos los
habitantes de buena voluntad que quieran habitarla (dignamente), en
contraposición a la Doctrina Monroe, América para los americanos,
circunscribiendo “americanos” a los inmigrantes sajones del norte,
excluyendo a los pueblos originarios de ese lugar y a todos los otros
(nosotros, por ejemplo).
En este punto cobra importancia relevante
la formación de la opinión pública, que es la base que fundamenta el
voto en nuestras comunidades democráticas. De ahí que resulta sustancial
la aplicación plena y completa de la Ley de Medios Audiovisuales, y la
relativa al manejo del papel para diarios, a fin de garantizar el acceso
a la Comunicación e Información de absolutamente todos los sectores de
la sociedad.
Y queda para el final el tratamiento del poder
religioso, ya que históricamente ha tenido demasiada influencia sobre el
poder político y por ende, sobre el poder cultural. Nuestro país ha
estado regido por una sola confesión, la católica. Considero ya
imprescindible atender a todas las confesiones de las personas que
habitan nuestro suelo, haciendo valer la libertad de cultos como
precepto constitucional bajo custodia del Estado. Y que las diversas
confesiones atiendan las necesidades espirituales de su respectiva grey,
dejando de lado intromisiones en las decisiones políticas, que no les
corresponde.
Dije mal para el final, falta considerar cómo nos
informamos y cómo nos comunicamos. ¿Quién maneja lo que alguna vez se
llamó “el cuarto poder”?
En este tema debemos ser muy claros: la
Información y la Comunicación no es un artículo de primera necesidad
(vital); es un derecho inalienable e inmanipulable, de todo ser humano,
sin importar su creencia religiosa, ni su color de piel, ni sus bienes
materiales, ni su instrucción, ni sus ideas políticas. Y si es menor de
edad, con mayor razón, no puede quedar la Educación en manos de un
sector o clase. (Ver Ley de Medios Audiovisuales).
A esta altura,
el lector curioso, ya habrá descubierto dónde se ubica el que escribe;
me imagino la cantidad de conocidos que estarán pensando: Dios mío! ¿Qué
le pasó a este muchacho? ¿No se da cuenta lo confundido que está? ¿No
ve lo que le conviene? Pues no, mis amigos, estos conceptos importantes
no los veo a través de mi conveniencia; me interesa más la conveniencia
del conjunto; si cuido la Naturaleza, viviremos más cómodos en nuestra
casa; si cuido a mi próximo como a mí mismo, viviremos mejor en armonía
posible, respetando la voluntad de Dios, independientemente de la fe
confesional de cada uno.
Y también me imagino la cantidad de
conocidos (del otro lado), que estarán pensando: Me cacho en dié… Se
nota que la tiene clara, pero no se da cuenta que no tiene conciencia de
clase, y que para hacer una tortilla, primero hay que romper los
huevos… O, primero, le va a pedir permiso a la gallina? Y no, mis
amigos, a la gallina no le voy a pedir permiso porque no me lo va a dar,
pero en eso de la conciencia de clase (ausente), tienen razón, no me
siento incluído en alguna clase social, las veo muy desdibujadas en la
actualidad, y sobre todo, en sus manifestaciones se entremezclan
intereses muy poderosos que “tapan” los intereses de clase que considero
valorables. En el momento actual, me parece más importante construir la
conciencia de clase, y para ello es importantísimo que cada cual
conozca el lugar político donde está ubicado y lo respete. El que
considere que los intereses (económicos) de mercado son una prioridad,
que los respete, actuando dignamente en el ámbito privado o estatal, sin
pretender influir en las decisiones políticas de la comunidad, y mucho
menos, manejarlas. Y el que, guiado por su fe confesional, considere que
los intereses (espirituales) son la prioridad del momento, que los
respete, junto a los intereses (espirituales) de todas las demás
confesiones, actuando dignamente en el ámbito privado o estatal, sin
inmiscuirse en los negocios de las empresas privadas o estatales, y sin
influir en las decisiones políticas (ni a favor ni en contra).
En
fin, para cerrar en cierta forma una opinión, y por si no he sido claro o
coherente en todo el escrito, rescato lo que me parece más importante
de lo que estudié en las enciclopedias:
Estoy de acuerdo con llegar a tener:
Una sociedad aconfesional o laica, progresista, igualitaria e intercultural.
Villa Amancay (Córdoba, Arg.), 18 de mayo de 2012.
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