“Ya no es verdad que la
historia la escriben los que ganan, ahora a la historia la ganan los que
escriben . . .” Gabriel Mariotto
http://www.youtube.com/watch?v=osHwvWxpxE8&feature=player_embedded
Ante
un aniversario más de un Crimen de Lesa Humanidad, aún inexplicablemente
impune.
Opinión por DelsioEvarGamboa
Los sucesos
ocurridos en aquella trágica jornada, de la que se cumple un nuevo
aniversario, me fueron narrados por mi
hermano mayor y mi cuñada que presenciaron en vivo y en directo esa monstruosa
matanza, cometida por los “Patriotas” de la Revolución libertadora,
con la complicidad de la Curia
porteña y algunos conspicuos políticos de partidos opositores. Fue un crimen de
lesa humanidad que la historia y la justicia aún se empeñan en ignorar. . .
La Masacre olvidada . . .
o el verdadero “Bautismo de Fuego” de nuestra Fuerza Aérea.
“La masacre de Plaza de Mayo” del 16 de Junio de 1955,
por el nivel de violencia y ferocidad ejercidas, marca un hito en las prácticas
represivas del poder en la
Argentina contemporánea. La metralla y el bombardeo sobre la
población civil indefensa, dan inicio a un nuevo ciclo de violencia
institucional, que sectores reaccionarios y antidemocráticos ejecutan como
forma de resolución de los conflictos políticos y sociales. Ciclo que se
inaugura con esa tragedia y que se prolonga hasta principios la década del ’80
. Esa masacre es mucho más que una matanza inhumana, o un aberrante crimen de
lesa humanidad, es además un pérfido olvido maliciosamente perpetrado por una
historia experta en cultivar la desmemoria, sobre todo si esa memoria involucra
a sempiternos sectores de poder.
No
por casualidad el cruento bombardeo a una ciudad abierta, sin que mediara
guerra civil o convencional, ni siquiera conmoción interna, es,
inexplicablemente -¿o sí?- el gran ausente en la historiografía argentina. Los
simples datos de la masacre -400 muertos y 2000 entre heridos y mutilados- hubieran
sido más que suficientes para el castigo y condena penal y pública de los
responsables, tanto en el país, como en el mundo entero. Si no lo fue, se debió
pura y exclusivamente a que los poderosos que cometieron esta perversidad, -los
militares, algunos políticos opositores y la Iglesia- jamás se
hicieron cargo de este horrendo crimen colectivo. Admitirlo, aún hoy, implicaría
reconocer que la violencia política de los años setenta no fue producto de un
supuesto “demonio de ultraizquierda” que habría agredido a su contraparte
satánica de la ultraderecha -esta es la falacia de la teoría de los “dos
demonios”- sino la consecuencia obligada del proceso violento iniciado con el
bombardeo a la Plaza;
el ulterior y cruento derrocamiento del presidente Perón; los fusilamientos del
9 de Junio de 1956; el de los basurales de José León Suárez; el robo macabro
del cadáver de Eva Perón; la persecución implacable del peronismo; la
confiscación de sus bienes; el Decreto Nº 4161/55; que prohibía nombrarlo; su
proscripción permanente; la payasada trágica de “Azules y Colorados”; la Noche de los Bastones largos;
la masacre de Trelew en Agosto de 1972; el golpe del 24 de Marzo de 1976; la
instauración del Terrorismo de Estado; el terrorismo económico de Martínez de Hoz;
la guerra de Malvinas y otras mil ignominias más, llevadas a cabo como siempre
por nuestras “gloriosas” Fuerzas Armadas con la complicidad de muchos
dirigentes políticos, los poderes económicos y los jerarcas eclesiásticos que todos
conocemos.
Para
toda una generación, la masacre de Plaza de Mayo fue el germen de una era
signada por el odio de la oligarquía hacia los trabajadores peronistas y las
clases bajas de la sociedad, que inevitablemente sólo podía desembocar en formas
cada vez más intensas de rebeldía popular. Desde los “caños” caseros de la “Resistencia”
hasta las “Formaciones especiales” de los setenta. Los futuros rebeldes que
entonces eran jóvenes pletóricos de ilusiones, fueron marcados para siempre por
las bombas de fragmentación y por las balas trazadoras de las “Oerlikón” 20 mm. con que los aviones a
reacción Gloster Meteor de la Armada, con la inscripción
“Cristo Vence” -para que no queden dudas- como emblema de guerra, ametrallaban y
bombardeaban a discreción a la multitud inerme que llenaba la Plaza Por las imágenes espantosas
del trolebús de la línea 305 repleto de pasajeros y destrozado por las bombas
que olían a pólvora e incienso; por los coches calcinados, por los cuerpos
descuartizados, alineados en largas filas sobre el pavimento y cuya sangre al
escurrir se coagulaba en los desagües de las bocas de tormenta. Bajo la
llovizna, el humo, el polvo, el clamor de los heridos y el lúgubre ulular de
las ambulancias, mientras los “rebeldes” consumada la masacre, huían al
Uruguay. Esos jóvenes supieron -sin ser adivinos- que los “Señores” del país, en
criminal connivencia, matarían todas las veces que fuera necesario para
preservar sus “sagrados” privilegios.
El
manto de olvido que cubre aquellos cuerpos innominados, fue bordado por los
“libertadores” y sus cómplices civiles -los Zavala Ortiz, los Américo
Ghioldi y la cúpula de la Iglesia porteña- pero
también más acá por los dirigentes del propio justicialismo, que jamás
condenaron esa masacre, y que en junio de 1999, cuando llegaba a su fin el nefasto
decenio neoliberal de Carlos Menem, colocaron una placa de bronce en la
Casa Rosada con esta leyenda: “El
Pueblo de la Ciudad
de Buenos Aires en memoria de los 400 civiles muertos en el bombardeo de Plaza de Mayo el 16 de Junio de 1955, y de
todos los argentinos víctimas de la violencia política vivida en la segunda
mitad del siglo. Para que nunca más la intolerancia divida y enfrente a los
argentinos. Presidencia de la
Nación”.
¡Cuatrocientos muertos y ni un sólo nombre! Acaso fue una muestra de buena voluntad en
pro de una reconciliación de la sociedad con sus victimarios, que se trocó en indigna
complicidad cuando Menem besó en la mejilla al fusilador Isaac Rojas, asistió a
su velatorio y compartió el ceño adusto y cínico con el genocida indultado -por
él- Emilio Massera y el obediente debido
represor Alfredo Astiz.
Cuatrocientos
es sólo un número, la muerte de cada uno de los caídos en Plaza de Mayo es la verdadera
tragedia. Fiel a ello, no sólo habrá que restituir la identidad a todos los que
se puedan exhumar de la amnesia inducida, sino que se deberá ir en busca de los
sobrevivientes que quedan y rescatar para las generaciones venideras sus
testimonios, seguramente aún estremecidos por aquel horror.
Por
eso, cuando se habla de violencia, el término no se refiere a un concepto
genérico de la misma. Se habla concretamente de la que es ejercida impune e
históricamente contra el pueblo, la que se inicia a principios del siglo pasado
con la criminal represión a una manifestación de inquilinos explotados por
parte del tristemente célebre Coronel Falcón en la Capital; con los
asesinatos de la Forestal,
en el Chaco; con los crímenes contra los huelguistas de los Talleres Vasena durante
la “Semana Trágica” en Bs. As; con la Masacre Patagónica
de 1921; sigue con la Década Infame
y sus vergonzosos fraudes; con el inicuo bombardeo a la Plaza, con la masacre de
José León Suárez y continúa con los regímenes autoritarios que desembocan en el
Terrorismo de Estado de la última Dictadura que planificó y aplicó sistemáticamente,
el aniquilamiento y desaparición de 30 mil personas.
Rescatar
la identidad de las víctimas será el primer paso en el camino hacia la
verdadera justicia. A esos cuerpos transformados en un frío número es necesario
sustraerlos del anonimato y reconocerlos como ciudadanos con nombre y apellido,
con una ocupación, una familia, una identidad social y política. La categoría
de “anónimas víctimas inocentes” estaría justificando la muerte de otros
supuestamente culpables. ¿Culpables de qué? ¿De haber concurrido al llamado de
un acto en desagravio a la bandera quemada por activistas de la Acción Católica en el atrio de la Catedral metropolitana,
en repudio a los proyectos de leyes sobre divorcio, reconocimiento de los hijos
naturales y separación de Iglesia y Estado enviados por el gobierno al Congreso?
¿De enfrentar a los aviones con palos, con revólveres y escopetas robadas de
apuro en una armería? ¿Culpables de ser peronistas? Se trata de evitar que esas personas,
eliminadas materialmente, también sean borradas simbólicamente. Se trata de
impedir que nos roben la memoria. Como ocurriría, precisamente, con la
instauración -veinte años después- de la tristemente célebre figura del
desaparecido.
Habría que analizar al mismo tiempo, hasta
qué punto el olvido impuesto sobre aquella infrahumana matanza del 16 de Junio
fue el génesis para que, veinte años después, se pudiera concretar el horrendo
genocidio denunciado y condenado en el juicio a las Juntas Militares.
La
masacre de la Plaza
perpetrada por instituciones del Estado contra su propia población desamparada,
utilizando equipamiento bélico de la
Nación, operando con uniformes, insignias y grados
correspondientes, por los medios estatales utilizados en su comisión y la
infraestructura militar usada para esa acción, se encuadra fehacientemente como
delito de Lesa Humanidad.
Al respecto, con las leyes aprobadas por
el Congreso de la Nación, se abrieron las posibilidades
legales para revisar críticamente el pasado reciente. El Senado convirtió en
ley el proyecto de declarar la nulidad de las leyes de Punto Final y obediencia
Debida, que el represor Aldo Rico le arrancara a un claudicante Alfonsín para
asegurar la impunidad. A la vez se declaró la inconstitucionalidad de los
indultos menemistas. También se convirtió en ley, con carácter de rango
constitucional, lo dispuesto por la Organización de las Naciones Unidas, que declara
imprescriptibles a los crímenes de Lesa Humanidad y ya se han condenado a
prisión perpetua a los máximos responsables del Terrorismo de Estado y la
justicia va por más . . .
Con respecto a aquella aberrante masacre
de Plaza de Mayo, si bien es muy cierto que a los sicarios y sus autores
ideológicos ya no los podrá alcanzar el látigo de la justicia para que paguen
su monstruosidad, porque han ido muriendo, no en prisión como debió haber sido,
sino sustraídos a la ley por un carcinoma o un infarto justiciero. No obstante,
una minuciosa investigación con carácter de Política de Estado, los
desenmascararía definitivamente -aunque más no sea post mortem- para que los
argentinos conozcan de una buena vez, quienes han sido algunos de los tantos verdugos
que ha tenido la patria . . . ¡Sí, aunque muchos estén en el bronce!
Laborde.
Cba. Arg.
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