“Los políticos pueden aplicar la
pena de muerte, pero jamás autorizar el aborto”
Cardenal Joseph Ratzinger (*)
El dramático caso de una joven mujer, víctima de la
aberrante trata, violada y embarazada en cautiverio, y hecho público por la
consabida irresponsabilidad de Mauricio Macri que se la sirvió en bandeja a la
persecuta cavernaria del fundamentalismo religioso, hizo que fuera pasto de
esas fieras que la patotearon dentro del Hospital Ramos Mejía y escracharan la
casa de sus padres que desconocían su drama, y dio lugar a que una de esas
asociaciones ilícitas, mediante un recurso de amparo impidiera la intervención
que autoriza el art. 86 del Código Penal que, a resultas de la acordada de la
Corte Suprema, sienta jurisprudencia para evitar la judicialización de los
abortos no punibles. Con lo que la desdichada mujer padeció un doble calvario,
esta vez por obra y gracia de los que
“apuestan a la vida”. . .
Si estos modernos inquisidores se autodefinen “Pro
vida”. ¿Habrá que desconfiar de todo lo
que empiece con PRO?
Felizmente y dando una nueva muestra de su solvencia y
ecuanimidad, el Supremo Tribunal puso las cosas en su lugar y ordenó llevar a
cabo la práctica prevista.
Ahora bien, sabido es que en la Argentina se practican
mas de 700 mil abortos clandestinos por año con un altísimo índice de muertes.
Eso hace potenciar el crucial interrogante que es el meollo de esta verdadera
problemática social: ¿Cuándo comienza la vida de un ser humano?
La Ciencia dice
que la fecundación se produce al unirse el óvulo y el espermatozoide, pero sólo
una semana después acontece la “nidación” del huevo -luego que casi todos estos
mueren, pues son abortivos de por
sí-. Sobre ese punto, el prestigioso
genetista James Neel ha escrito: “No resisto el indicar que un embrión posee
aberturas branquiales y cola. ¿Qué humano es así?. Ernest Haeckel,
especialista en Embriología y Biología Evolutiva, asegura: “Primero parecemos peces, más tarde reptiles y sólo mucho más adelante,
mamíferos”.
Por la genética
se sabe que un embrión de 60 días, es más diferente de uno de 150, que lo que
lo es un lactante de un anciano. Helen Kaplan en “El sentido del sexo” dice:
“Muchos colegas creen con la misma rotundidad e integridad moral, que un óvulo
fertilizado o un pequeño embrión no es todavía un ser humano, pues se trata de
una masa informe de células y tejidos que carece de conciencia y no siente
dolor físico cuando se interrumpe el embarazo”.
¿Por qué
entonces la Iglesia asegura que hay vida humana “desde la concepción?”
El Concilio Vaticano de Viena
-1312- sostuvo que el alma del varón se forma a los 30 días, y el de la mujer a
los 90 desde la implantación del óvulo.
Hasta esos plazos se permitía abortar. Sería muy interesante saber con qué
fundamentos establecieron tan discriminante postulado. En cambio, a partir 1869 la Iglesia afirma que el feto tiene alma
desde su inicio y lo respalda por medio de la teología: la virgen María
fue inmune de todo pecado desde la concepción, porque Jesús siempre tuvo alma . . .
No está mal que
algunos fervorosos creyentes puedan aceptar esto como verdad de fe. ¿Pero se
podría presentar en un tribunal académico como verdad científica?
Las imágenes publicitadas en
contra del aborto apelan a “golpes bajos”: embriones destrozados y fetos martirizados. Tales imágenes no exageran:
el aborto es un acto brutal, más, lo real y concreto es que pese a ser ilegal,
existe y cada día más se practica, con lo que se demuestra fehacientemente el
fracaso absoluto de esa legislación represiva.
¿Pero, por qué
no se muestra también cómo llega una mujer, sola y desesperada a la asistencia
pública con una devoradora infección post-aborto clandestino? El cuadro puede
incluir fiebre, hemorragia, coma, pánico por la denuncia policial, embolia,
sentimiento de culpa, vergüenza y una
inenarrable serie de padecimientos.
El aborto, que hoy alcanza el 40% de los embarazos,
como cualquier tragedia, es terrible, ¡Pero
sucede! . . Es la primera causa de muerte en nuestra ginecología,
y representa más del 31% de los decesos por maternidad. El sentido común indica entonces ya que es algo inevitable, que
no se está a favor del aborto, sólo por una cuestión de “liberalidad sexual”,
para que la mujer “por deporte” se saque de adentro un feto -no un niño, porque
además no tiene vida propia- como quien se saca una cana y vuelva alegremente
otra vez a las andadas, sino para que se realice en indispensables condiciones
sanitarias como corresponde y dentro de un marco legal. Por supuesto que ello requiere la vigencia de una verdadera
política de Estado que contemple en forma integral, todos los aspectos de esta
acuciante problemática.
Su
despenalización a la vez, pondría fin a
una perversa actividad que ha enriquecido a más de un profesional inescrupuloso. Asimismo, luego de una charla con el
médico y un especialista en la materia dentro de un ámbito de contención, se
podrían preservar muchos embarazos y la vida de la gestante. Ello propendería además, a una racional planificación familiar, y
en última instancia a una mejor salud sexual. ¿Es tan herético este proyecto
que ninguna purgación canónica no deja de expurgarlo?
Al respecto, dicen los
representantes de la Iglesia: “Si la ley legaliza, ¿cuántas mujeres
alegarán que fueron violadas para poder abortar?”. ¡Sin comentario! . .
Y hay jueces “virtuosos”,
-como la jueza que vimos en este caso- acólitos de estos grupos recalcitrantes,
que imponen sus creencias por encima de la ley, judicializando pedidos de
aborto de mujeres violadas, basándose en consideraciones de Jean Rostand, -biólogo,
no genetista- conocido por obras de divulgación de la era pregenética fundadas
en ortodoxos criterios de la Iglesia Católica que se imponen a toda la
sociedad por igual. Muchos
magistrados deberían asumir que deben impartir justicia para todos y no para los
seguidores de un culto.
¿Por qué la Iglesia se arroga el derecho de
inmiscuirse y juzgar la vida civil? ¿Y si esas mujeres en cuestión no fueran
católicas? ¿Por qué tanta gente que no le interesa ningún tipo de religión,
pero que tiene firmes principios morales y convicciones filosóficas alejadas de
creencias religiosas, debe acatar las imposiciones de un dogma que no profesa? . .
¿Por qué los antiabortistas, como los ultra católicos
“Portal de Belén”; “Mujeres por la vida”; “La Sagrada Familia de
Córdoba”; “Grupo Pro-vida y tantos otros ultramontanos, patéticos campeones de
la fe, y últimos ejemplares de una beatuquería en extinción, rechazan la educación sexual y
los métodos anticonceptivos, viendo a la mujer únicamente como mero agente reproductor de la especie? ¿Cómo estos intolerantes que abominan
del aborto, que es la consecuencia inevitable del embarazo no querido, pueden
condenar los métodos anticonceptivos que son el único remedio efectivo para
evitarlo?
Entre
las miles de mujeres que recurren al aborto en forma clandestina con riesgo de
vida, -en su gran mayoría muy pobres- ¿no hay católicas? En las clases altas y
acomodadas, creyentes, de profusa y asperjada comunión dominical, ¿no se
practican abortos ilegales? ¿O lo hacen solamente las de clase baja?
¿Por
qué muchos enemigos del aborto -Benedicto XVI dixit- abogan por la pena de
muerte y juran estar a favor de la vida?
El aborto
eugenésico -interrupción del embarazo cuando el
feto presenta alteraciones cromosómicas y defectos congénitos-, aprobado
en 1921 por el gobierno de Irigoyen, fue derogado 37 años más tarde por la
“Revolución Libertadora”. ¿Quién
propuso su anulación? ¿La
Academia de Medicina y Humanidades? ¡No! . . lo decidieron entre el
Ejército y la Iglesia.
¡Qué raro ellos de acuerdo, ¿no?!
Ante esta absurda situación ¿Por qué no existe de una
buena vez, como en los países avanzados del mundo, la imprescindible y sana
división entre Iglesia y Estado, para acabar de una vez con esa intromisión
inaceptable?
Felizmente el actual gobierno,
sobre esta cuestión tiene un criterio muy diferente y atiende el decidido
clamor de una gran parte de la ciudadanía por un amplio debate nacional acerca
de este impostergable tema. Por lo
pronto, -entre otras medidas- puso en vigencia la ley de salud reproductiva que
ha bajado considerablemente los índices de abortos. Pero, como no podía ser de otra manera, ello ha erizado la muy
susceptible epidermis de nuestra impoluta clerecía, ahondando aún más si cabe,
la indisimulable antipatía que devotamente le profesa.
Conclusión:
la planificación familiar en sus aspectos humanos y legales ya no puede tener
más dilaciones. Por más presiones eclesiásticas que acechen, por más excomuniones
e infiernos que profeticen y por más amenazas
y escraches que lleven a cabo sus grupos de choque, -aunque “defiendan la
vida”- es hora de que por sobre las sombras del dogmatismo retrógrado, empiecen
a prevalecer la luz del libre albedrío, la libertad de conciencia y el sentido
común.
Quede en claro que el análisis
de su realidad teológica de misterio, sólo corresponde a los creyentes y merece
el mayor respeto. No así en cambio, su comportamiento como “realidad sociológica de pueblo concreto en
un mundo concreto” según los términos de la propia Conferencia Episcopal
Argentina. Y se la cuestiona por
su influencia inaceptable en los asuntos de Estado. Dando plena razón a
aquellos que sostienen que en nuestro país realmente existe libertad religiosa
. . . ¡Pero para un solo culto! . .
Mientras, y hasta tanto no se
de una respuesta definitiva, -obviando las presiones que ya conocemos- a este
reclamo imperioso que nos coloque en este sentido a la altura de los países
civilizados del mundo -en Escandinavia se despenalizó y el aborto cayó a cero- parece
que no nos queda otra alternativa que vivir bajo la beatífica advocación de
nuestros píos purpurados que tanto se desviven por mantenernos puros y castos,
nos bendicen, no nos dejan caer en la tentación y por si esto fuera poco, nos
libran de todo mal . . .
(*)) Revista “ñ” Sup. Cult. Nº 85. Clarín
Laborde.
Cba. Arg.
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