Si la dictadura robó 500 bebés,
torturó y desapareció a 30 mil personas, muchas, arrojadas vivas al mar, afanó
sus bienes, destruyó el país, lo hipotecó de por vida y lo llevó a la
guerra . . . ¿De qué seguridad hablan
algunos?
Ya
en el debe de la vida y cuando se acerca el fin, Jorge Rafael Videla, católico
medieval, apela al misterio de su religión para justificar sus crímenes de Lesa
Humanidad.
“Dios sabe lo que hace, por qué lo hace
y para qué lo hace”. Así, con impostada voz
marcial, y parapetado en la endeblez de sus escuálidas carnes
envilecidas como una parodia de sí mismo, le arengó al escritor Ceferino Reato
que, hace un tiempo lo entrevistó en la cárcel -privilegio que ningún reo puede
tener- y que, en actitud casi cómplice, no le formuló una sola repregunta a
este ex general condenado a perpetuidad por genocida y ahora a 50 años más por
robo de bebés. Horrores nunca asumidos, ya que su fe le permite exculparse
descargando sus crímenes en su dios, del que él, se cree su Mesías.
El
delírium trémens al que lo somete su beatuca religiosidad le sirve para
ampararse en el designio divino. Un recurso falaz que ofende la dignidad humana
porque niega la libertad y la consecuente responsabilidad por los actos de los
que cada uno debe hacerse cargo. Está claro que Videla cree en un dios propio y
de atención personalizada. Ese dios es el que le inculcaron en su asistencia
espiritual los capellanes castrenses Bonamín y Grasselli. El dios que
“autorizó” a la cúpula de la
Iglesia católica a aprobar la desaparición forzada de
personas, la tortura, los baños de sangre “para redimir la
Nación” y arrojar personas vivas al mar mediante los vuelos de la muerte,
porque la consideraban “una muerte
cristiana”. El dios de Videla es el que salva matando “unos siete u ocho mil”, según sus dichos. Tarea poco heroica pero
que ensoberbecido por la libido del poder, acometió con unción y fruición, como
si en lugar de seres humanos se tratara de cucarachas. Muy lejos del Dios de la Biblia, de misericordia,
que libera a los cautivos -Lc.4, 18-, derriba a los poderosos y sacia el hambre
de los pobres. -Lc.1, 52-.
Tan
mendaz como cínico, este asesino exonerado del Ejército, reconoce los crímenes
que cometió, pero los disfraza: “Cada
desaparición puede ser entendida como el enmascaramiento, el disimulo de la
muerte”, dijo con total impudicia.
Si no conociéramos la monstruosidad del Terrorismo de Estado
que gracias a los juicios que se llevan a cabo han sido develados, se podría
sospechar de algún enajenamiento mental que lo haría inimputable. Pero, este usurpador
del Poder, verdugo de la
Democracia y desaparecedor de seres humanos, se refugia en su
impostura tratando de tergiversar la verdad, que no podrá ocultar, por más que
pretenda creerse un enviado del cielo para cometer crímenes en la tierra. “Yo acepto la voluntad de Dios. Creo que
nunca me soltó la mano.” declaró como imputado y procesado por el asesinato
-entre tantos otros- de Mons. Enrique Angelelli.
En nombre de la cruz,
como un moderno cruzado, luego de su diaria confesión y comunión generosamente
asperjada, y tras la habitual bendición de los instrumentos de muerte por parte
de la clerecía cómplice, comandó las “heróicas” huestes que enfervorizadas de
fe, en sus fieles Falcon verdes puestos bajo la advocación de la virgen, combatieron
con la irracional crueldad del refinamiento, a las legiones de “marxistas ateos”
que planeaban postrar la nación y que gracias a él, se convirtieron en entes
volátiles. Para Videla, eran cucarachas que merecieron muy bien, además de la
picana eléctrica, la castración con sus testículos metidos en la boca y luego
cocida, y las ratas vivas que introducían en las vaginas de esas subversivas
que querían seguir el ejemplo de ese
estúpido aventurero de mugrienta barba, ridícula boina y habano fachero . . .
Bajo la égida de la cruz y la espada -que
templó con la sangre de miles de inocentes- se abocó a la más redentora
misión de su cristiana voluntad, encargada de eliminar a los “delincuentes
subversivos” y salvar a sus criaturas sustrayéndoselas de sus vientres
maléficos, para convertirlas en hijos de verdaderos matrimonios cristianamente
constituidos, quienes le enseñarían a comer el pan de la concordia y disfrutar
del sagrado orden.
Haciendo un paralelismo con el Santo Oficio, para
Videla no fue suficiente todo el horror que llevó a cabo. Según él, las brujas
cuando eran arrojadas a la hoguera por el Santo Oficio, no pagaban todos sus
pecados al morir rápido por la asfixia del humo. Para una verdadera justicia divina, se deberían
haber calcinado de a poco per
aeternitatis aeternitatem, en las llamas purificadoras de la Inquisición.
Nada
que ver con el verdadero Mesías que terminó torturado y crucificado, quejándose
por el abandono de Dios: “Eloí,
Eloí, ¿lamá sabactaní?...¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” -Mc.15,
34-.
De ahí sus
íntimas y alucinadas cuitas, mezcla de arrebato bíblico y odio satánico: “Me
acorralaron, me condenaron . . . ¡Dios mío! ¿por qué lo permitiste? Ellos, justo
ellos me sentaron en el banquillo de los acusados. Pero estoy seguro que la Justicia Divina me
absolverá de la sentencia de esos jueces cómplices de esas viejas pendencieras,
locas y provocadoras, que se la pasaban dando vueltas alrededor de la pirámide
de Mayo con esos tramposos pañuelos blancos cubriendo sus enajenadas cabezas.
Quizá fue ese mi mayor error, el no haber quemado a esas brujas contemporáneas
que parieron esos demonios enemigos de nuestra Patria, la Patria del orden y la
cordura, la Patria
de la gente de bien, acechada por un inmundo trapo rojo, rojo como el infierno,
rojo como la vergüenza, bandera de remate de nuestra sagrada civilización
occidental y cristiana. Ni qué decir de esos fanáticos Montoneros que se
atrevieron a mojarnos la oreja creyéndose herederos de Facundo Quiroga.
Estúpidos, arrogantes y soberbios, paridos por ese charlatán demagogo que hasta
se creía un verdadero militar, como si sus chistes y esa sonrisa hipócrita
tuvieran algo que ver con el honor de las espadas de nuestra heróica historia
castrense.Y ni hablar de esos negros ignorantes que solo sirven para
emborracharse con vino berreta y gritarnos desafiantes “Viva Perón” y santificar a esa Eva de tan ligera moral y de
tanto desprecio a nuestra benemérita Sociedad Rural. Aunque los enemigos de la Patria no fueron a la
hoguera y no se hayan llenado de humo sus pulmones, nosotros se los llenamos de
agua. Pero no creo que esa muerte cristiana que le impusimos haya sido tan
inhumana como exageran, porque se merecían sufrir más, y no ese tibio
padecimiento, ya que por pura piedad y con la pía aprobación de la Santa Madre y Romana Iglesia
Católica, los dormíamos antes de tirarlos al mar desde los aviones previamente bendecidos. Y ahora, esos Montoneros
que están en el gobierno, con la anulación de las leyes que supimos conseguir,
son los culpables de perturbar nuestro bien ganado reposo de sacrificados
guerreros. Pero sé que al fin no
habrá más peronistas, ni marxistas, ni
homosexuales,ni lesbianas. Menos que
menos esos obreros ambiciosos que quieren siempre más aumento,comer más carne
de la que les corresponde, y masticarse todo el trigo que Dios prodigó en
nuestra pampa húmeda. Porque el reino
del Todopoderoso reinará sobre nuestros campos,nuestra soja, nuestro ganado y nuestra
justicia. Así será mi Señor, tu divina misericordia me pondrá en tu trono y
volveré a ser reconocido como tu siervo salvador. Sé que estás escuchando a
éste, humilde hijo de ti y de la
Patria, a tu obediente y debido soldado que elegiste para
acabar con aquella terrible guerra sucia.
Y si de algo
me culpo es de no haber mandado al infierno a muchos más ateos, herejes, judíos
y cristianos sin distinción. Ya se encargaría mi Señor de reconocer a los suyos
. . .”
Si es cierto que el cinismo y la cobardía son primos
hermanos de la soberbia, Videla es el símbolo máximo de ese vínculo
consanguíneo. Con un maniqueísmo enfermizo, cumple con el destino señalado por
la voluntad de su dios. Porque ese dios, según su desvarío teológico, lo quiere
siempre como al hijo pródigo. Por eso necesita que no le suelte la mano. Y si
alguna duda tenía, allí estaba esa eclesiastía sátrapa, -Pio Laghi, Aramburu, Plaza, Quarracino, Primatesta, Tortolo,
Bergoglio, y otros de piadosa perversidad- que se encargaba de apuntalar su
credulidad y redimirle los pecados para que continuara con su cruzada justiciera.
Días atrás, se supo que una revista
de Córdoba lo reporteó en el 2010, allí formuló declaraciones en las que, amén
de su extravío místico, parece haber una jugada política, como una forma de
presionar a sus cómplices: jerarcas
de la Iglesia,
empresarios, periodistas y jueces.
No obstante, atrapado y sin salida, por más paranoia
que padezca, Videla no será absuelto ni siquiera por su dios. Para merecerlo
necesita examinar su conciencia, reconocer su horrenda culpa y proponerse
enmendarla. Al contrario, tal como los nazis al ser enjuiciados en Nüremberg,
jamás se arrepintió del genocidio perpetrado. Es más . . . ¡lo volvería a
hacer!
Por lo que lo más factible pueda ser que antes,
termine ardiendo en el holocausto mesiánico de su propio Gomorra . . .
Laborde.
Cba. Arg.
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