Sobre
que ya somos muchos, volvió “El Mingo” . . . Sí, el mismo que, el poco bien que
hizo lo hizo muy mal, y el mucho mal que hizo, lo hizo muy bien . . .
Según dicen sus exegetas, cuando el “Mingo”, que es
Cavallo, presentó su tesis para graduarse como Dr. en Economía en la
Universidad de Córdoba, no pudieron calificarla porque su nivel escapaba a la
capacidad de la Mesa examinadora. Enterada que fue la Universidad de Harvard de
USA, se lo llevó, y allá fue “El Mingo”. Los yanquis ni lerdos ni perezosos,
como siempre, vieron el filón, lo cooptaron y lo ideologizaron como
corresponde, para, una vez devuelto, pusiera en práctica aquí, las políticas
monetaristas del gurú neoliberal Milton Friedman y sus “Chicago’s boys”, cuyas
consecuencias, dolorosísimas, una vez puestas en práctica, aún hoy, ponen los
pelos de punta.
Y aunque parezca increíble, después de larga
ausencia, sin que se lo añorara, ha vuelto “igual que la calandria que azota el
vendaval”. . . porque como reza el refrán, el que se va sin que lo echen,
vuelve sin que lo llamen. Y todo, porque no se le aplicó la “Ley de residencia”
como correspondía, igual que a Martínez de Hoz.
No es
de extrañar entonces que los medios televisivos hegemónicos que están al salto
por un bizcocho lo tuvieran como invitado estrella. Así nos enteramos que el ex
ministro de triste fama, no conforme con no estar preso, despliega sesudos
consejos sobre el manejo de la economía. Y no sólo eso: nos amenaza con volver
a la política argentina porque recuerda “todo lo bueno que le dio al país, que
ahora lo necesita y él está dispuesto a poner en práctica, lo mucho que aún
tiene para aportar”. Una manera mentirosa de decir la verdad, o de poner la
verdad al servicio de la mentira. Y aunque Ud no lo crea se candidatea como
diputado en el único partido que se animó a recibirlo: en el de Rodríguez Saa .
Más le valdría acordarse que como consecuencia de
su tristemente célebre “aporte” con su cadena de recortes, ajustes y
congelamientos, más el Corralito, se ganó la repulsa general a la que se hizo
acreedor. Y lo comprobó en el casamiento de su hija donde fue abucheado por un
público con intenciones non sanctas y tuvo que huir con la novia por entre las
tumbas de un cementerio, y ni hablar de aquel atronador “Cavallo, compadre .
. .”
Pero Cavallo, lejos de llamarse a un recatado
silencio después del desastre que dejó en nuestro país, augura. “Los
próximos tres años van a ser interesantes para una alternativa a los Kirchner y
me gustaría estar ayudando en eso”, ¿Ayudar a quién? No a los
ciudadanos, por cierto, sino a los grupos económicos que sacan su enorme tajada
toda vez que hay una crisis.
Su hipocresía corre parejo con su ruindad. El país
entero no sólo no lo necesita, sino que no lo puede ni ver, porque nunca se
olvidará que fueron sus brillantes ideas las que lo llevaron al peor derrumbe
económico, social y político que ha tenido en toda su historia. Y sería bueno
que los que lo entrevistan y le gastan melosas obsecuencias, lo recuerden
también. Que hoy le den pantalla televisiva, lo paseen por todos los canales de
la corporación y lo muestren como el retorno de un economista de consulta, es
un exceso de cinismo por parte de los periodistas del establishment que
explotan su exitoso fracaso para petardear al modelo actual.
La figura de Cavallo es un símbolo que lo excede como persona. Presentado con profusión de adjetivos y escasez de
sustantivos, lo contrató la dictadura en 1982, después en los ’90, por
último en el 2001 y gracias a él, todos, allá en el horno nos fuimos a
encontrar.
No
obstante, no se le puede negar que con “su convertibilidad”, -del
ilusorio uno a uno- frenó la hiperinflación que nos devoraba, pero resultó ser
mucho peor el remedio que la enfermedad.
Sin embargo, algunos economistas operadores de
“Consultoras & Co” de la City al servicio del capital foráneo, que comulgan
con la misma hostia que el “El Mingo”, recitan su falaz teoría del
“derrame” como una letanía aséptica y racional cuando en realidad hacen una
defensa a ultranza de todo lo contrario a los intereses del país. Son siempre
las mismas caras, pulcros expertos en economía, algunos, de fluido inglés
yanquizado, otros, de un elaborado castellano de fonética neutra, postgraduados
en reputadísimas universidades de la Babilonia del Norte, -de quien fueron y
son sumisos mandaderos- tributarios del sentido más abyecto de la política
económica y que, sermoneando desde su estrado profesoral, aplicaron sus
desmesurados ajustes uno tras otro con una regularidad casi respiratoria,
siendo muy eficaces e impiadosos en la misión de desguazar el país por medio de
las perversas privatizaciones y de crear cada vez más pobres en medio de una
lujosa miseria.
La
monotonía de su retórica monetarista desnudó su mediocridad cientificista y
expuso sin atenuantes a la luz de los resultados, el aparatoso descalabro -para
nosotros, no para sus mandantes- de un neoliberalismo para unos pocos, que
genera una minoría notablemente desarrollada en lo material, pero
irreverentemente atrasada en lo espiritual, que ostenta una cultura
groseramente divorciada de lo humano.
Utilizando
lo absurdo y lo inverosímil como receta inapelable, bien sazonada con abundante
hipocresía y cinismo en una mezcla de hábiles proporciones, devinieron en una
especie de modernos superballeneros de las finanzas, capaces de convertir en
aceite al mismísimo Neptuno si se les ponía a tiro de arpón.
Domingo Cavallo, aunque se lo presente como un
experto, como un iluminado portador de la verdad revelada, es un
defensor de la absoluta libertad de mercado en su faceta más salvaje y en su
peor concepción. Aunque suene muy linda, la palabra “libertad” asociada a la
voracidad del Terrorismo financiero, termina teniendo una connotación
siniestra.
Como mandan sus catecismos ecuménicos, la libertad de mercado es la
ley de la selva, donde el grande se come al chico, es la opresión de los
pueblos, la negación de toda dignidad, la supremacía de los poderosos, la
ausencia de la política y de la solidaridad con los que menos tienen, es la
exaltación del individualismo más atrabiliario. La libertad de mercado se gestó
con la dictadura y parió la segunda década infame de los ’90 y diciembre de
2001 cuando, con la complicidad de un gobierno corrupto hasta la médula y otro
inepto hasta los huesos, sucesivamente llevaron la Argentina casi a su
disolución.
La apertura indiscriminada de las importaciones,
salmodió el requiéscat in pace a la industria y la producción nacionales
-recuerdo haber comprado en Córdoba . . . ¡Naranjas de Israel!, mientras en el
Litoral se pudrían todos los cítricos-, llevando la desocupación al 26%, la
pobreza al 63% y una catástrofe social que no tuvo dimensión ni cuantía.
Para
quienes seguimos los avatares de la política desde siempre, el previsible
desenlace con la hecatombe del 2001 no nos sorprendió en absoluto, aunque nos
apabulló. Y una aproximación a una mediana comprensión nos lleva
irremediablemente a tomar como punto de partida de esta verdadera “larga
marcha” hacia esa vergonzosa postración el 2 de Abril de 1976, cuando Martínez
de Hoz aplica su letal “Reforma financiera”. Allí se produce el alumbramiento
de las sombras que poco a poco, a través de esos años, se convirtieron en la
tenebrosa oscuridad que supimos soportar, y que le ennegrecieron la vida a los
argentinos.
Las nefastas medidas del “Mingo” provocaron un
“sálvese quien pueda” entre miles de argentinos que migraron hacia nuevos
rumbos escapándole al infierno. Ahora quieren regresar porque los expulsan
los socios europeos de Cavallo que están incendiando el viejo continente.
Como presidente del Banco Central durante la
Dictadura, estatizó la deuda privada de sus socios empresarios y la tuvimos que
pagar todos nosotros. Gracias a ese procedimiento se beneficiaron más de 70
empresas y se duplicó la deuda de los argentinos. Fortabat, Macri, Martínez de
Hoz, Noble, Pérez Companc se enriquecieron hasta el hartazgo con la
“generosidad” del pueblo. También firmas extranjeras como Techint, IBM, Ford,
Fiat, Banco Río, Francés, Citybank y Superville. Como ministro de Menem
privatizó los fondos de la ANSES, creó la estafa de las AFJP y regaló al
capital trasnacional todas las empresas del país. En su regreso al ministerio
con De la Rúa, por medio de su política monetarista de ajustes salvajes y su
“canasta de monedas”, terminó de desmantelar el ANSES, recortó las jubilaciones
y los sueldos estatales -congelados durante once años-, subió los impuestos,
bajó el “Gasto Social” y le puso la cocarda con el pérfido “Corralito”, -18 mil
millones de dólares- que el actual gobierno sin comerla ni beberla acaba de
cancelar. Con esto todo está dicho, y lo que no, también . . .
El
neoliberalismo con su ilimitado poder económico incontrolable, tiene efectos
devastadores sobre la economía productiva y la creación de riqueza por la
rapacidad de su angurria especulativa y su obsesión por el dinero como
multiplicador de más dinero por sí mismo
Preventivamente, es menester no perder de vista el
paisaje que nos circunda. Uno ya tiene bastante experiencia en esto, ha hecho
su tesis sobre estas cuestiones, y guarda en su memoria más de una dolorosa
consecuencia de sueño interruptus.
Por lo
pronto, el billete de cien pesos que es la máxima nominación que dio a luz el
modelo de los ‘90 y que ostenta la imagen del genocida Roca con todo lo que eso
significa, ya tiene a Evita en una de sus caras. Todo un símbolo de los nuevos
tiempos que corren, Capitalismo financiero versus Capitalismo productivo. Un
Estado conservador y clasista vs un Estado inclusivo y solidario. Dos
modelos que se enfrentan en un solo billete. Es un mensaje de fuerte contenido
ideológico. Evita simboliza el ascenso social, no sólo individual, sino
colectivo. Cavallo es el mascaron de proa de esos intereses a los que hay que
enfrentar, de esos que provocan pobreza, angustia, exclusión en beneficio de
unos pocos insaciables. Los que siempre acaparan dólares, ahora tendrán que juntar
Evitas.
Si
alguien piensa que en estas manifestaciones y las que emito con frecuencia
sobre estos temas me estoy repitiendo, está en todo su derecho. Sin embargo
agradecería, -en defensa propia- que se sirva distinguir que lo distinto entre
ellas, radica precisamente en que son casi iguales. Porque al fin y al cabo, lo
único que me faltaría a esta altura, es no tener el derecho de plagiarme a mi
mismo . . .
Laborde.
Cba. Arg.
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