viernes, 7 de febrero de 2014

De lo que la normalidad destruye. Por Dolores Uriburu


Así, como hay leyes de avanzada social en el acceso a derechos que son resistidas en el devenir diario de una sociedad reaccionaria; así, del mismo modo y con la misma angustia, hay gobiernos que no merecen los ciudadanos que tienen.
Que venga un país normal entonces, sin amas de casa o trabajadores informales jubilados, sin aumentos anuales, sin podólogos (todos los viejos han de ser pepes) y viajes del pami. Un país normal sin científicos repatriados ni investigaciones, sin nuevas universidades públicas, ni dignificadas las existentes, sin el 70% de ingresantes primera generación. Porque la universidad normal tiene progres disfrazados de beatniks o de estilo Woodstock que analizan marxismo en conciliábulo burgués.
Un país normal sin 2000 escuelas nuevas, ni el 6,5 % del PBI para la educación, sin programas que ayuden a la terminalidad escolar, primaria, secundaria, terciaria, universitaria, sin tecnología desde la Quiaca hasta Ushuaia (gracias León).
Un país normal sin prevención sanitaria, con más de 16 vacunas obligatorias, sin hospitales nuevos y puestos para enfermeros, médicos, sanitaristas, licenciados y demás personajes del mundo medicinal, sin fertilizaciones extrañas, ni tratamientos de acceso público.
Un país normal donde el hombre es hombres y se case con la mujer que es mujer, tal como Dios manda, con bebés adoptados por familias bien constituidas. Un país normal donde los indígenas son pintorescos seres que se confundan con el paisaje silvestre y en la postal se queden (para salir de cuadro en las cosechas camperas, sin nada a cambio porque silvestres sin necesidades son).
Un país normal señores, donde el campo es patrono fundador de buenas costumbres y tradiciones, al que hay que agradecer ad infinitum sus benéficas virtudes, porque su derrame es prodigioso y su historia sacrosanta.
Un país normal sin “gasto público”, con tijeras filosas de derechos sociales. Que venga entonces, que se haga, porque un país normal jamás es merecedor de estos gobiernos anormalmente abarcativos.
Dolores Uriburu

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