jueves, 18 de agosto de 2011

La Señora Presidenta. Por Delsio Evar Gamboa


“La percepción de uno mismo como parte de algo colectivo implica un cambio brusco en la subjetividad de los individuos. Ahí hay política calando hondo, incrustándose, haciendo de las vidas propias algo conectado con las demás. La percepción y la aceptación de la existencia de un proyecto colectivo viene de lo profundo de lo que somos, es íntimo y tiene que ver con el amor” Sandra Russo, de su libro:La Presidenta.”
 
Cuando juró por primera vez como Presidenta de los argentinos anticipó que, seguramente, a ella le iba a resultar más dificultosa su función por el hecho de ser mujer. No pudo avizorar entonces, hasta qué punto eso iba a convertirse en una misión casi imposible. No sólo por esa condición, sino por ser además, una mujer de sobresaliente capacidad intelectual. Mujer sin atenuantes que ejerce con autoridad el Poder. Hay en eso algo más que una cuestión de género y estilo.
lMujer inteligente y atractiva en el máximo poder la Nación: para algunos todo un problema en su estructura mental. Y tal pareciera ser que esa característica les despierta un plus de odio a muchos hombres, -siempre con su machismo a cuestas- y a no menos mujeres, con su encendrada envidia de género. Por eso les resulta insoportable. Esa antipatía visceral no se explica sólo como reacción a una política equivocada, o a medidas que los perjudiquen, todo lo contrario: -“El país está muy bien y yo jamás estuve mejor que ahora, pero a esa mina no la banco”- confiesan. Si estas son sus “razones”, entonces, como reza el axioma judicial: a confesión de parte, relevo de pruebas . . .   
Lo intolerable se funda en la evidencia de una mujer sexuada que ejerce el Poder con decisión, que no apela a los estereotipos maternales que pudieran dulcificar su gestión. Ella no utiliza el amor a sus hijos como marketing político. Cristina renuncia a esa postura que bien pudiera beneficiarla mediáticamente. Toma distancia del  modelo Dilma Rousseff, Michelle Bachelet o Ángela Merkel, tan protectoras ellas; tan formales, tan trajecito sastre, tan anti feminidad.
Lejos de instalar la imagen de una reina madre, acaba con ese otro prejuicio patriarcal que supone que todas las mujeres son tontas, influenciables, aunque hábiles para la intriga y, sobre todo, expertas en usufructuar el poder masculino. Ella no es Evita, gorrión del general, que vive sólo para él y por sus descamisados y que, llegado el caso, renuncia a los honores que le ofrecen. Y por supuesto, está a años luz de María Estela -Isabelita- Perón.
Cristina no es una Hillary Clinton, indulgente y frustrada. Tampoco una Indira Gandi, Margaret Thatcher o una Golda Meier virilizadas por la función y administrando el poder de la misma manera que si fueran hombres.
A ella no le perdonan que sea una mujer de gran personalidad, para colmo, joven y bella. Que tenga hijos y haya tenido marido. -no un príncipe consorte-. Y que además, ejerza el Poder Supremo de la Nación sin apelar a las “malas artes” femeninas, que no se refugie detrás de varones poderosos y para peor, levante el dedo como Lenin.
Ejerce la Primera Magistratura en un país presidencialista, sin concesiones, y nos hace saber muy bien quién es la que manda, lo que da respuesta a ese interrogante airado de muchos: “¿Pero quién se cree que es?” Y no se trata de una impostura o de una actitud petulante. Ella se para ante los más encumbrados Foros mundiales y aborda los temas de cualquier agenda  política o de economía internacional, con solvencia y convicción, sin necesitar ni de un elemental ayuda memoria, dando a la vez, como Estadista, una magistral cátedra de oratoria. Virtud que despierta la indisimulable envidia de más de un opositor con “pretensiones”. . .  Sabe muy bien que está en el ejercicio de la Presidencia de la Nación . . . y vaya si se nota.
De modo tal que no serán sus enemigos declarados, socios de las grandes corporaciones y de los monopolios mediáticos los que la amedrenten por ponerle freno a sus angurrias desmedidas. Después de todo ¿qué presidente no tiene enconados rivales, adversarios, contrincantes en un país donde el que ofrece la otra mejilla -y los ejemplos sobran- se lo han llevado puesto? Pero esa ira irracional que les hace perder la compostura a políticos opositores, a periodistas y a la gente “bien”, ese exceso de crispación tiene otro origen no lejos del de la grey femenina que, en lugar de escucharla cuando habla, concentra su tirria en cómo viste, cómo se maquilla, en sus zapatos, en sus carteras. No se dan cuenta  que eso es querer tapar el sol con un dedo.
Ese plus de ciega agresividad habita en aquellos que se sienten agraviados, celosos custodios de valores -según ellos y no se sabe por qué- supuestamente mancillados. Así, desde soberbia, tarada, puta, yegua montonera, no quedó injuria ni adjetivo descalificativo que no excretaran, donde la bajeza humana de aquel “Viva el cáncer” a Eva Perón, se volvió “Viva el infarto” a Néstor Kirchner, mientras saturan las redes de Internet y mails basura, con infamias y obscenidades.
Son los resabios de una cultura machista y patriarcal resentida cuando una mujer sexy, madre, talentosa, brillante, que no frivoliza ni faranduliza su gestión ni su privacidad, se ubica en la cima de una pirámide jerárquica que eleva y dignifica a la mujer, derriba el mito del “sexo débil”, y hace realidad precisamente, su eterno y justo reclamo de “igualdad ante los hombres.”
Por eso, viendo a tantas congéneres vomitándole con saña su incomprensible rencor, no queda otra que darle la razón al padre del psicoanálisis, Don Sigmund Freud cuando dijo: “Las he tratado por más de cuarenta años . . . y todavía me pregunto: ¿¡Qué quiere la mujer!?”.

Laborde. Cba. Arg.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias compañeros por publicar mi nota.
    Un fuerte abrazo.
    Delsio

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  2. Muy buen análisis. Medular, exacto y poderoso.
    Felicitaciones.

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