sábado, 13 de octubre de 2012

Las cacerolas no ganan elecciones. Por Delsio Evar Gamboa



La Democracia no garantiza por sí misma una exitosa gestión de gobierno. Simplemente otorga las herramientas para una buena administración. Si quienes tienen que llevarla a cabo no lo saben hacer y fracasan . . . ¡No es culpa de la Democracia!.
Opinión                                                                                               DelsioEvarGamboa

    Generalmente quien mucho sabe comunica más fácil que el que tiene menos formación. Y eso se da con mucha mayor frecuencia en la política, donde aquellos dirigentes con más capacidad comunicativa se expresan con mucha más claridad que otros que carecen de ella. Este el caso de Mauricio Macri, que además de farfullar de corrido, tiene serios problemas para hilvanar una frase. Todo lo contrario se da con la Presidenta. Dueña de una brillante rotundidad dialéctica, donde su oratoria despliega erudición, memoria prodigiosa y una construcción sintáctica impecable. Algo que lució en el breve concepto que le dedicó por ejemplo a los caceroleros protestones, en una clase magistral de cómo expresar con pocas palabras un pensamiento profundo:
“A todos les propongo que cada uno exprese sus ideas, que encuentren a los dirigentes que pueden expresárselas y que no se enojen con nosotros por no expresar sus ideas, porque no las tenemos”
A esta demostración de síntesis comunicacional no hay mucho más que agregarle. En consecuencia y en ese contexto, aquellos que están disconformes tienen todo el derecho a manifestar su desacuerdo, pero no a exigirle al gobierno que piense como ellos. Que además por haber sido ratificado por más del 54 % del electorado, tiene la facultad de llevar adelante un proyecto político que ha sido plebiscitado y que le ha valido esa contundente ratificación. Quienes disienten tienen todos los instrumentos que la democracia les permite para organizarse, darse sus propios programas de gobierno y designar a los dirigentes que los pondrán en práctica. Si continúan con sus conciertos tefloneros, más tarde o más temprano tendrán que proponer un proyecto, muy probablemente de centro-derecha, o directamente de derecha explícita, a tenor de sus rabiosas expresiones, y salir a exponerlo para que la ciudadanía lo evalúe. ¿Quieren volver a la “libertad de mercado” donde impera la ley del más fuerte? Está en sus atribuciones hacerlo, pues entonces, si son tantos como dicen . . . ¡Organícense!
En principio, no importa la “cantidad” de gente para el análisis. Sabemos que hay un núcleo duro que es importante en cantidad y que es el que está tan enojado con el Gobierno. No es “mayoría” pero es significativo en cantidad.
Ocurrió lo mismo, por ejemplo, con Hugo Moyano y su Plaza de Mayo. No importa cuánta gente llevó. Son bastantes y deberían -por todos los beneficios recibidos- ser todos “votantes kirchneristas”. Si hoy no lo son, esto debe ser motivo de un análisis político, no “contable”.
Un punto a considerar respecto de la constitución de un espacio organizado de derecha, es que la particular historia de nuestro país consta de episodios sobrados en los cuales la derecha llegó al poder entrando siempre por la ventana: ya sea por los golpes de estado, o por el viraje de 180 grados que hizo Ménem porque, entre la promesa de revolución productiva y salariazo, a la adhesión fervorosa al perverso neoliberalismo, muy poco tiempo medió. Nadie quiere ser la nueva UCD de Don Alvaro, que nunca ganó nada. Nadie se bancaría el escarnio que supone un lugar en el fondo de la tabla electoral.
Macri -el vetador serial- dice que privatizaría YPF y anularía la Asignación por hijo, como una explícita confesión de su analfabetismo político. De La Sota se saca fotos con él pero aclara las “diferencias ideológicas” que tienen (¿?) . . . Lo cierto es que nadie nunca en la Argentina ganó una elección desde la derecha. De ahí que un programa “dólares y represión”  sumaría menos votos que “Apocalipsis” Carrió.            
La derecha en argentina jamás tuvo una impronta política masiva. Nunca fue populista. Fue y es elitista, apolítica y conservadora, pero tuvo siempre un enorme poder para defender a los poderosos, que por su naturaleza son muy pocos pero tienen mucho poder. La única excepción fue el menemismo, convertido en lo peor del Peronismo de Derecha que sobrevivió por descarte, luego que los militares se quemaron, el radicalismo renunció, etc. Desde entonces, la derecha argentina no tiene ninguna estrategia legal para recuperar el poder, eso sí, por izquierda y en las sombras tiene muchas. Como la rebelión de la derecha sojera patronal o la disputa Gobierno-Clarin, que fueron y son intentos de volver al pasado y establecer una nueva hegemonía, que por el momento no les sale.      
Para resumir: si la derecha no tiene un partido hoy, es porque durante el siglo XX no lo necesitó para gobernar, siempre lo logró por los cuartelazos, Menemazos y De la Ruazos.
Ante la falta de representación, estos sectores deberían generar sus propios cuadros políticos que los representen. De hecho ya lo están intentando. Hay que reconocer que todavía no les sale muy bien. Son muchos años de imponer por la fuerza sus pretensiones, se supone que con años de ejercicio democrático irán aprendiendo. Esperemos que no lo logren nunca.
Se puede decir sin temor a equivocarse que el kirchnerismo se siente orgulloso de haber sincerado al peronismo. En sus filas no hay un sólo representante de la derecha peronista que hace tiempo ha quedado reducida a la mínima expresión y no representa a nadie.
La necesidad de los sectores medios urbanos de “hacer política por mano propia” es más que nada un fracaso de la dirigencia política opositora. Esta gente busca una representación. Es un electorado traído por la cigüeña que anda tras un candidato y todo indica que no lo puede hallar.
Es preocupante cuando se amontona mucha gente sin representación porque andan como chata sin lanza y pueden salir para cualquier lado. Odian a los que piensan distinto y se enojan con aquellos que los dejan solos, desnudos y a los gritos. 
La única estrategia posible es la determinación política en serio. Es decir: decidirse a ser de derecha sin ningún tipo de vergüencita, lo cual, en la Argentina de hoy no sirve para ganar, pero sí para acumular una cierta cantidad de votos conservadores. Aunque esto implica, por ejemplo, dejar de lado las dos consignas principales que quieren hoy: “no a la re-reelección” -porque saben que no tendrían ninguna chance-, y “contra la inseguridad”, que es la chicana de la derecha. Y en lugar de eso animarse a expresar lo que muchos no se animan: una agenda neoliberal. Esto es, que quieren dólares; que no quieren controles del Estado; que no quieren empresas del Estado, que no están de acuerdo con la no represión de la protesta social; que no están de acuerdo con una política de seguridad “blanda”; que quieren acabar con la Asignación Universal “para fornicar”; tampoco con los nuevos jubilados de la moratoria provisional; ni que los salarios en la Argentina sean los más altos de Sudamérica; ni netbooks para los alumnos de escuelas públicas. Ellos que, a diferencia del 2001, cuando se juntaron con “los de abajo; porque tenían “miedo de caer”, hoy tienen miedo a que “la negrada” se le suba muy arriba . . .
En cambio, del otro lado, la gran mayoría exige a los que salen “a cacerolear” con tanta furia descontrolada, además de sus inconsistentes reclamos, que no hablen más de generalidades. Eso de los “países serios”, de “calidad institucional”, de “crispación, de “falta de libertad”, basta de “gasto social”, de Derechos Humanos y por más “diálogo y consenso” mientras piden la muerte de la Presidenta, es una chicana muy burda.
La falta de encuadramiento político de los caceroleros, -al menos porteños- es una falencia que no les posibilita ir más allá de su territorio capitalino. Tienen a su favor todos los “atributos” de la agenda de la derecha, pero no quieren asumir el riesgo que políticamente eso implica.
Por supuesto, no van a ganar en la primera vuelta. Pero pueden acumular una cantidad interesante de votos y “quedar en las gateras” para cuando algún día el péndulo de otro tiempo -que ojala no llegue nunca-  largue una carrera que les de posibilidades. 
Mucha gente, entre la que este escribidor se cuenta, que disfruta como nunca de un alto estado de bienestar y de una maravillosa libertad,  tratará de impedirlo a como dé lugar. De eso, se está más que seguro porque, como dice el poema: “después de haber bebido el néctar de tus labios, ya no podré vivir sin ese beso . . .”

Laborde. Cba. Arg.

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